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Senegal y un bendito botiquín


Antes de empezar con la idea de Off Road 4x4, Quique Cammarata ya era un apasionado de las todo terreno. Para aquel entonces se dedicaba a las producciones de moda para medios gráficos y televisivos. Las aventuras no eran entonces su objetivo, pero cuando se maneja por parajes extraños, éstas ocurren a menudo. La que sigue fue una de las más increíbles. Ocurrió en África y Quique cuenta la historia...


Una vez me llamó Patricio Gauguenheim, el presidente de la marca Dufour. Estaban a punto de lanzar una línea de indumentaria tipo safari que se llamaría Dufour Survival y querían generar un gran evento publicitario para esa oportunidad. Patricio me dio el OK para volar creativamente. El plan que presenté fue la organización de una expedición tipo safari al África, más concretamente a Senegal.




El grupo estaría integrado por modelos, fotógrafos, camarógrafos y una productora de modas. Además, tenía la oportunidad de aprovechar mis relaciones con la línea rusa Aeroflot que hacía un vuelo directo Buenos Aires - Dakar para conseguir súper descuentos en los pasajes. En Dakar alquilaríamos un par de 4x4, con lo cual lo más importante quedaba resuelto.




Hubo muchas reuniones para organizar el evento y planear el viaje, y las que tuvimos que mantener con los padres de las modelos (tres de las cuatro eran menores) no fueron las menos arduas. ¿Se imaginan las caras que ponían cuando yo les contaba por donde iba a llevar a las nenas? Al principio estaban espantados pero, gracias a mis antecedentes de viajes anteriores, accedieron. Así fue como, finalmente, partimos hacia la aventura pinchados por varias vacunas de precaución.



El cruce de Gambia


En Dakar habíamos reservado una Nissan Patrol y una Mitsubishi Montero. Esa noche, durante una maravillosa cena en la embajada argentina, el embajador Sr. Manzella y su esposa, nos dieron muchos consejos respecto al viaje que emprenderíamos. Nosotros estábamos muy tranquilos, pero comenzamos a inquietarnos cuando nos ofrecieron un salvoconducto para cruzar Gambia, un pequeño país de 35 km. de ancho (ex colonia inglesa) clavado como una estaca en el medio de Senegal. En ese momento había guerra entre tribus y no se estaban tirando con flechas precisamente. Creo que todos sentimos un ligero escalofrío en ese momento, pero eso no fue nada comparado con lo que vino después. Cuatro días más tarde nos dimos verdadera cuenta de lo que el embajador quería explicarnos en aquella elegante cena. Estábamos ya en el medio de la selva y cruzábamos un río en una precaria balsa, cuando de pronto descubrimos que unos soldados nos tenían en la mira de sus fusiles y nos apuntaban a la cabeza. Habían creído que éramos espías o algo así, y que queríamos filmar los helicópteros y los vehículos militares. Hubo forcejeos porque quisieron sacarnos los equipos de TV. Nos salvamos gracias a la destreza idiomática de Patricio Rabufetti, pero los 30 km restantes tuvimos que hacerlos por un corredor de tropas que nos escoltaron hasta la entrada misma de Senegal.



Escenas de la tribu


Después de mucho andar por picadas de selva, llegamos a una población cuyo único contacto con occidentales había sido a través de avanzadas de la Cruz Roja y de campamentos de ayuda sanitaria chinos, rusos y franceses. Afortunadamente, el jefe de la tribu hablaba francés; así pudimos explicarle el tema de las fotografías y el maquillaje. Nos entendimos perfectamente y nos pusimos a trabajar. Mientras las modelos se maquillaban, la productora desparramó todos los accesorios para la foto en una lona. Las mujeres de la tribu prestaron sus adornos y el equipo de fotografía tomaba posiciones. Yo me había alejado de la escena y observaba maravillado los preparativos de la toma. Mientras tanto, me rodeaba una barra brava de treinta chiquitos. Todos estábamos fascinados: los nativos con las cámaras y los vehículos; nosotros, con ellos y sus costumbres.



Todo aquel movimiento extraordinario se convirtió luego en una foto de tapa con Araceli Gonzalez para la revista Claudia. Horas después apareció el jefe para invitarnos a almorzar. Nos sirvieron pescado con arroz sobre trozos de madera y comimos con la mano. Luego, mientras esperábamos que el sol bajara para seguir con las fotos, una veintena de mujeres bailaron y tocaron instrumentos de percusión. La hospitalidad, la inocencia, la bondad de gente tan humilde nos fascinó, estábamos conmovidos. La felicidad que sentimos ese día se vio reflejada en el trabajo: la producción fue excelente.




Malentendidos a partir de un botiquín


Nos disponíamos a partir cuando Tatiana Cabrera se lastimó un dedo. Hice entonces lo lógico para cualquiera de nosotros: saqué un botiquín que llevábamos para buscar con qué curarla. Esa pequeña acción, trivial para el mundo occidental, no lo fue para los nativos que observaban: algo que yo aún no entendía acababa de ocurrir. Comenzaron a discutir entre ellos a los gritos, algunas mujeres comenzaron a llamarme “doc”, otras salieron corriendo internándose en la aldea. Finalmente, me tomaron del brazo, me llevaron hacia las chozas y enseguida apareció el jefe. Es una costumbre en las tribus de esa zona no entristecer a las visitas con sus problemas y desgracias. Por esa causa ocultan a su enfermos, para que el agasajado se sienta más cómodo.



El revuelo sucedió porque creyeron que yo era médico. Las mujeres que habían salido corriendo un momento antes, regresaron cargando chiquitos con heridas muy infectadas en la cabeza, piernas y brazos. Una vez más, África nos cortó el aliento. Esa tribu estaba a 200 km de cualquier centro asistencial. Cualquier herida, por pequeña que fuera, se infectaba porque un tipo de mosca africana deposita sus huevos en ella. Es muy difícil ver en que se transforma la herida en unos meses...


Habitualmente, cuando tenían varios chiquitos infectados en la aldea se organizaban un viaje a pie por la selva hacia algún campamento sanitario. No siempre llegaban a tiempo, por lo que resultaba habitual que perdieran el miembro infectado. Mientras hacíamos grandes esfuerzos por sobreponernos y comprender la situación, las madres, en llanto, seguían reclamándonos ayuda. ¿Qué hacíamos? Llevar a todos los chicos a un puesto sanitario era imposible. Finalmente decidimos llevar a dos, cada uno de los cuales tenía una de las infecciones más comunes que teníamos que aprender a curar. Explicamos la decisión al jefe y partimos con los chicos. En esa época no existía el GPS. Hicimos casi 70 km atravesando la selva con la brújula, hasta encontrar una huella bien marcada que nuestro guía reconoció. Después de 130 km, llegamos a un campamento de China Comunista. Imposible entendernos: hasta las cajas de los medicamentos eran un jeroglífico. A duras penas, lograron explicarnos una ruta rápida para llegar a un campamento francés en Zinguichor. Estaba oscureciendo, faltaban 45 km. de un camino muy frondoso y el suelo muy flojo, pero llegamos.



Cumpleaños en Zinguichor


El encuentro con la cruda realidad africana iba a impresionarnos aún más. Es muy difícil y muy duro describir lo que ellos llamaban "hospital" en Zinguichor. Allí nos recibió Alex, un francés con un guardapolvo todo manchado de sangre que había elegido ese destino a cambio del servicio militar y, al final de su tiempo de servicio, decidió quedarse. Hacía cuatro años que estaba serruchando brazos y piernas. Alex nos explicó como curar las heridas y Anahí Miralles y yo lo fuimos haciendo. Los chicos tenían varias inflamaciones que les deformaban las cabecitas; al limpiarlas se veían cosas que prefiero no describir, era realmente horrible...Pero lo peor fue la pantorrilla de Jean Tereze, de la que tuvimos que extraer con una pinza, uno por uno, gusanos blancos. Por suerte llegamos a tiempo, en un mes más la infección hubiera terminado con su pierna y sería tarea de Alex amputarla (algo a lo que estaba, lamentablemente, muy acostumbrado).



Llegada la noche y habiendo culminado con nuestra clase de medicina express, cenamos en una especie de casa-choza-bar open 24 hs (el único del pueblo) con Alex y sus amigos: una sueca, una francesa, un americano y un francés. Ese día, 29 de Julio, era mi cumpleaños. Alex trajo una botella de champagne (aún conservo el corcho) para alguna ocasión especial. Al otro día la despedida fue emotiva, creemos que Alex quedó perdidamente enamorado de Anahí. Las experiencias que habíamos vivido no debían hacernos parar y perder el día de trabajo. El grupo se apiló en la Nissan Patrol y continuó rumbo al mar para hacer unas tomas sobre la costa. Anahí y yo volvimos a la tribu para devolver a los chicos curados y explicarle a los padres como tratar a los demás con los medicamentos que les dejamos y cómo prevenir las futuras infecciones. El recibimiento fue absolutamente conmovedor. Si lo hubiéramos filmado, se nos vería a todos con esa rara expresión de felicidad que puede ponernos, a veces, al borde del llanto... (continuará)


Quique Cammarata

Director Off Road 4x4 Experience

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